Andree Henríquez, Julio Labraña y Francisco Aguilera, 15 de diciembre 2020 – El Dínamo
Algunas voces proponen que la internacionalización en la forma que la hemos conocido ya está llegando a su fin; que la pandemia no habría hecho otra cosa que reducir su relevancia a futuro para los gobiernos; y que estaríamos entrando a una nueva fase, con las universidades orientadas a objetivos nacionales.
Si se examina el debate contemporáneo sobre las universidades en el escenario de la pandemia por COVID 19, es posible notar la primacía de visiones que subrayan la incertidumbre que caracterizaría hoy día el futuro de la educación superior a nivel global. En efecto, con cierta premura y científicamente hablando, se escuchan afirmaciones respecto a que el mundo ha avanzado en educación online en los últimos meses lo que no se logró en años y que el futuro del sector no solo sería inevitablemente virtual sino además una necesidad.
Lo mismo ocurre en lo que respecta a las evaluaciones del futuro de los procesos de internacionalización: algunas voces proponen que la internacionalización en la forma que la hemos conocido ya está llegando a su fin; que la pandemia no habría hecho otra cosa que reducir su relevancia a futuro para los gobiernos; y que estaríamos entrando a una nueva fase, con las universidades orientadas a objetivos nacionales.
En este sentido, creemos necesario recordar que la internacionalización es una de las funciones universitarias menos conocidas en comparación con la docencia, la investigación e incluso la innovación. Sin embargo, desde sus orígenes las instituciones de educación superior han contado con una nutrida vida internacional que ha facilitado su desarrollo. Por una parte, ha existido un flujo constante de académicos y estudiantes que han enriquecido la generación, reproducción y diseminación del conocimiento por múltiples vías. Igualmente, las universidades modernas son inseparables de las redes internacionales de colaboración que contribuyen a fortalecer su producción científica y, de esta manera, la formación de los profesionales.
En las últimas décadas, esta función ha alcanzado mayor importancia gracias a que gobiernos e instituciones universitarias la han considerado esencial para la competitividad de los países, relevando la importancia de incorporar esta dimensión como parte de sus estrategias de desarrollo. Para esto se han dispuesto financiamiento y planes como ERASMUS, creado en 1987 por la Unión Europea, que ha impulsado el intercambio académico y estudiantil.