Anahí Urquiza, 14 de marzo 2020 – Cooperativa

La humanidad enfrenta hoy una grave crisis climática que demanda la urgencia de modificar nuestra relación con el medio ambiente, así como también la de reducir las desigualdades socio-estructurales, pues son dos caras de una misma moneda.

La idea de explotar constantemente a otros seres vivos con la finalidad de cubrir necesidades infinitas, sostiene un modelo económico inviable y una sociedad profundamente injusta.

Hoy día el modelo capitalista movilizado por el consumo material, que cuenta con recursos limitados en mercados globalizados, está siendo tensionado, cuestionando las estructuras que lo mantienen, poniéndose en contradicción con los propios derechos enarbolados por su éxito.

Los asuntos ambientales en general – y especialmente el cambio climático – son problemas de desigualdad: decisiones pensadas y tomadas en función del beneficio de algunas personas, generan consecuencias que profundizan las vulnerabilidades de otras. En ese contexto, las mujeres y disidencias quedan en una posición de evidente desventaja como resultado de los roles de género que históricamente se les han atribuido.

Tradicionalmente las mujeres y cuerpos feminizados han sido encargadas de las tareas de cuidado de los hogares, incluyendo la crianza, el cuidado de personas enfermas, de las personas mayores, el abastecimiento de alimentos, agua, energía y necesidades importantes como actividades de higiene, educación, entre muchas otras, según el contexto cultural donde nos encontremos.

Paralelamente, las decisiones políticas y económicas han estado en manos masculinas, donde el modelo económico se ha desarrollado, en base al sometimiento y extractivismo de territorios y de sus habitantes, sostenido en la producción de “recursos naturales” necesarios para el estilo de vida de ciertos grupos de personas en diferentes rincones del planeta.

Para reflexionar sobre este tema es posible pensar en dos niveles: la mayor vulnerabilidad de las mujeres y la menor posibilidad de incidir en las transformaciones públicas que se requieren.

Miremos algunos datos para hacernos una idea. Según la encuesta CASEN 2017, en vulnerabilidad debemos considerar la feminización de la pobreza, donde el 20% de las mujeres están en situación de pobreza multidimensional, pero además al mirar que el 22% de las familias en campamentos son monoparentales, el 96% de ellas tienen jefaturas femeninas (Techo-Chile, 2015).

Por otro lado, las mujeres ocupan en promedio el doble del tiempo en tareas domésticas, incluyendo a las que tienen trabajo remunerado además del doméstico (ENUT, 2015), siendo las principales afectadas si estas horas se amplían por problemas climáticos (limitaciones de recursos, eventos extremos, etc.). Este fenómeno es especialmente evidente cuando hablamos de Pobreza Energética. (1)